lunes, 26 de abril de 2010

¿un teatro comercial de vanguardia?







la estetización de la política y la politización de la estética, como observaba benjamin, no son más que los dos ingredientes de la forma de manejo político del fascismo: la forma grandilocuente de anestesiar la relación explotador/explotado, haciendo que la atención de éste último se centre en su nueva condición estética y su inserción como ente estético dentro del espacio público a través de la identidad cultural y abandone la lucha por la propiedad privada.

carlos salázar, pintor colombiano

1.

al circular por la ciudad de méxico, uno no puede dejar de toparse por todas partes con espectaculares de obras de teatro que tienen su razón de ser en la lógica del rating: productores que reúnen a estrellas de la pantalla liadas con gente formada en el teatro para pergueñar productos que para el lego parecerán híbridos artístico-comerciales, pero que muestran a las claras su intención de simple ganancia monetaria o bien rellenar bonito los formularios burocráticos que exigen, ante todo, cantidad. productos que desde la publicidad ofrecen, bajo el anzuelo artístico, una estetización a través de esa aura chic que emanan quienes han ocupado un lugar en la pantalla. lo cual no está ni bien ni mal en las producciones privadas, pero ¿cuál es el sentido de que el estado ponga en muchos casos una parte importante de la subvención en dinero o en infraestructura? (juro haber escuchado al mismísimo jorge ortiz de pinedo decir con orgullo que uno de sus co-productores era el conaculta).

un amigo optimista, entonces, me dice con respecto a uno de varios funcionarios encargado de promover y hacer este tipo de obras: “es que su meta es que haya un buen teatro comercial de vanguardia”. detengo el auto a punto de la sofocación, “¿me podría repetir la respuesta?”. “teatro comercial de vanguardia, sí”, me repite mi amigo y siento que la sangre se me sale por la nuca cuando sostiene: “como en off off broadway o en el east end”. (el infarto casi me ataca cuando en otro cartel miro el grado más alto de la claudicación de la inteligencia: los estrenos en los teatros subvencionados son ahora con ¡¡¡alfombra roja”!!!). joder, alcanzo a responder a media voz, como off off broadway estaría muy bien si además de la calle 42 tuviéramos el central park y la nyu que tiene investigaciones sobre todo tipo de teatro; como el east end estaría maravilloso si tuviéramos a shakespeare en la retaguardia, la rada, la bbc, el partido laborista y la libra esterlina. estamos como con la compañía nacional: más ocupados en construir un bonito pent-house que en imaginar cómo arreglar la vecindad que lo sostiene.

2.

recuerdo entonces, que en su famoso libro el arte en estado gaseoso, yves michaud nos muestra de qué manera la vida urbanizada se ha vuelto el espacio del embellecimiento absoluto. ya se trate de la irresistible hermosura de la mac en la escribo, los cada vez más visualmente sofisticados embalajes de los productos de consumo diario o la bulimización de la pasarela de nuestros afectos (sic de ortiz que todo lo embellece), nuestro entorno evita el azar de la cicatriz o de la mancha; o en todo caso, la cicatriz capitaliza como escarizacion y la mancha como action decorating. incluso, la televisión es capaz de envolver basura en papel picado. y de dónde si no el impulso de estas costumbres tan chic y tan cool de los nuevos políticos por emparejarse con las figuras de la pantalla para robarles el aura de su look, o bien el antojo narco por la cuerno de chivo dulce & gabanna. todo lo cual se liga de inmediato con la idea benjaminiana del embellecimiento como síntoma de nuestros micro fascismos.

supongo entonces que uno de los varios niveles operativos del arte pasa por hallar los intersticios en el imaginario del espectador que puedan proponerle “líneas de fuga” de este régimen existencial-material, mucho más que volver a favorecerlo. y supongo entonces que una línea de pensamiento de cualquier institución que favorezca las artes no puede dejar de pasar por la tensión de propiciar la labor “a contrapelo” de los artistas, mientras negocia los recursos de un estado que afirma y reafirma los lineamientos de la “extraña dictadura” del capital.

3.

así que no, no creo en un “teatro de alfombra roja”, ni como política cultural ni como cultura política. todos estos ajustes en las políticas teatrales que arrastramos desde los años noventa que se “autorregulan” por la tiranía (monetaria y embellecida) del público sólo tienen dos razones: ignorancia o hipocresía. ignorancia con respecto a las maneras en que se establece el enlace entre modo de producción y régimen de ganancia o bien hipocresía en la medida en que sólo se trata de seguir obteniendo beneficios personales o de grupo. la misma gente que metió actores de segunda para el ciclo de shakespeare y que metió a la actoralmente insulsa ana de la reguera en la universidad nacional es incapaz, por conveniencia, de informarse sobre el estado del arte contemporáneo y los últimos debates sobre su existencia en relación con la sociedad en la que vivimos y, asimismo, es incapaz (por conveniencia) de enterarse de cómo funcionan otras maneras más plurales de administrar la cultura. en ese sentido, creo que lo mejor a estas alturas es dejarnos de tonterías y contratar a profesionales de la promoción y la gestoría cultural, con conocimiento, capacidad de análisis y voluntad de acción.

desconozco las soluciones, pero repito que no creo que la tarea de los artistas pase por continuar la estetización del mundo y no me parece que el propósito de las instituciones culturales sea fortalecer esta vena reaccionaria. si bajo las circunstancias dadas hoy no se le puede pedir dignidad en los hechos a las instituciones mayores, por lo menos habría que exigirles a quienes administran los recursos públicos para el teatro mexicano, lecturas, un poco de astucia y menos desfachatez.

rubén

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