domingo, 29 de mayo de 2011

También queremos un Ariel bis


Fotografías: Luz Adriana Obregón

Mi blogmate ha descrito ya las taras genéticas con que nace el famoso artículo 226 bis que ahora sirve a algunos para recorrer la patria predicando sus bondades. No creo –como apunta él- que exista perversidad o mala intención en quienes aprobaron su redacción definitiva; más bien apoyo su primera hipótesis: mera ignorancia.

Y es que, como hemos citado aquí, la fuerza de la tradición termina por imponer su terminología como si se tratara de normas estéticas. Los redactores no se han enterado de la existencia de algo que un famoso teórico –a quien pertenece la cita- denomina un teatro pos(t)dramático. En marzo de este año debió aparecer la versión en español, según la puntual reseña de José Antonio Sánchez -otro autor que los redactores deberían conocer-, del libro donde se desarrolla este concepto y donde se enlistan sus ejemplos.

Como señala José Antonio, las nuevas categorías que este texto introduce -muchas de las cuales tienen claros antecedentes en la tradición vanguardista y renovadora tanto de la escena como de las artes visuales- permitirían abrir los modelos de producción imperantes diseñados siempre bajo el signo del concepto puesta en escena, un término con sus propias implicaciones estéticas y políticas que hemos comentado de forma suficiente.

Importante será observar cómo se traducen estas nuevas categorías a nuestra lengua donde no existen equivalentes exactos para términos esenciales como performance o performer ni una claridad absoluta en esa distinción que recorre el libro y para la cual existen términos muy precisos en su lengua originaria: Vorstellung (representación) y Darstellung (la comparecencia de la cosa misma, su presentación).

Importante también será saber si el libro cuenta con una introducción que plantee un panorama de las manifestaciones escénicas que en el ámbito regido por la lengua castellana podrían ser entendidas o criticadas con estas nuevas herramientas conceptuales, tal y como lo hace el magnífico prefacio de la traducción inglesa (la que yo conozco). Si no, habrá que hacerlo.

Pero volvamos al artículo 226 bis, donde el daño ya está hecho. Una bien intencionada actriz y diputada fue la promotora de esta iniciativa (226) que aplica (bis) al teatro una ley que en el área cinematográfica dicen ha impulsado sensiblemente la producción pero cuyos beneficios exigen recorrer un camino bastante tortuoso y para el cual “sólo unos cuantos tienen la llave”, según el decir de un distinguido miembro del medio. (Por cierto, ¿no debería ser el FONCA la institución encargada de facilitar la llave a creadores y productores que no tienen por qué dominar los mecanismos fiscales? Hasta donde entiendo, para eso servían sus subfondos).

En fin, el camino del infierno está lleno de buenas intenciones y como de costumbre, nuestras leyes van siempre tarde en relación al desarrollo del mundo y las necesidades locales. En todos los terrenos de la actividad humana, paliativos y parches for ever.

Sírvanos pues el no muy digno consuelo de un mal que aqueja a muchos, como puede servirnos de consuelo el constatar el estado del arte y la industria cinematográficos. Y es que hace unas semanas se me ocurrió –por ocioso- ver unos minutos de la ceremonia de entrega de los premios Ariel celebrada en el palacio de Bellas Artes y transmitida por el canal 22.

El programa ya estaba bien empezado (al ham du lila) y el espacio elegido no pudo resultar –una vez más- mejor: el símbolo, como demuestran los escándalos y el fetichismo despertados por su restauración, de un país que insiste en creerse de primer mundo mientras resbala aceleradamente hacia el quinto.

Ahí, en una ceremonia que aspira al Óscar, un entreteiner de sexta intentaba ser gracioso repitiendo el mismo chiste, la misma frase, cada vez con menos gracia o forzando a sus invitados en supuestas situaciones improvisadas. Como espectador alejado de “los que hacemos el cine mexicano”, uno podía notar, sin necesidad de acudir a esa frase que se repetía tanto como los chistes, la endogamia que predomina en el gremio (“mi compadre Diego”, decía el gordo entreteiner para resaltar su condición de ungido), la falta de imaginación para conformar los elencos (los mismos nombres de siempre) y los estereotipos impuestos a los actores ( como “la encarnación del mal” se presentó a Gustavo Sánchez Parra, que ya se fregó y nunca hará un papel bonito); su chauvinismo trasnochado (la Academia se dio el lujo de nominar a Bardem para que perdiera frente a un actor mexicano), sus confusiones estéticas (una aguerrida señora oaxaqueña ganó un premio de actuación compitiendo, entre otras, con una actriz como Karina Gidi); pero, sobre todo, el aislamiento en que ese medio vive, su distancia infinita del contexto en que trabajan y en el que pretenden exhibir sus creaciones (ahora sí que se quedaron atrapados en las imágenes que les ofrece la pantalla o que no se bajan de la alfombra roja que les tienden los festivales).

Y sin embargo, entre broma y broma, no cesaron los comentarios a “la violencia” y “la situación que todos vivimos en México” y no hubo actor o actriz (que también sueñan con ser parte del primer mundo y cambiar el premio por un Óscar) que no imitara a sus colegas gringos y añadiera una melodramática nota nacional al “no más sangre”.

¿Y luego? Pues premiaron ampliamente a una película (El infierno) que al parecer saca raja de esa sangre y de “la situación que todos vivimos en México”.

Yo no he visto ninguna de las cintas nominadas o premiadas (ni ganas me quedaron después de esto), pero la ceremonia también habla. Y me queda claro –para justificar aquí el largo comentario sobre el libro de Lehman- que lo político no está en los temas que el cine o cualquier otra manifestación (artística o no) aborda, sino en la forma en que logra se perciba.

Y en los chistes imbéciles sobre la violencia en el cine (“qué pasaría si nos espiaran en la producción y oyeran: ‘quiero más sangre’, ‘Damián, mátalo con más saña’”, o estupideces por el estilo), se percibe la banalidad del guionista y los organizadores de la ceremonia, la nula responsabilidad del actor que los pronuncia y la dudosa ética política de tanto cineasta “comprometido” que no dejó de festejarlos.

Pero la cereza del lamentable pastel se la guardaron, como dios manda, para el último. “Frente a esta situación de violencia que todos vivimos, ¿qué decimos nosotros, como responde el cine?” Y sacaron dos cañoncitos, que se les atoraron en el escenario renovado de Bellas Artes, y dispararon al unísono llenando la sala de blancos pedacitos de papel picado.

¿De verdad esa es la lectura de la realidad de “quienes hacemos el cine mexicano”? ¿Hasta ahí llega el entendimiento –la célebre fábrica de sueños- de su oficio e idealmente su arte? ¿No son capaces de imaginar una respuesta medianamente compleja?

Un gremio así no salva al cine ni con leyes suecas.

R.O.

viernes, 13 de mayo de 2011

también en guadalajara hace aire



lavado de la bandera en el kiosko de la plaza principal, julio 2010

debo decir que el par de ocasiones en que he sido invitado a colaborar en la capital de jalisco han sido determinantes: en primer lugar porque he podido hacer allí reflexiones que han sido vueltas de tuerca de mi labor artística y, segundo, porque eso ha sucedido gracias a una comunidad de gente de artes escénicas de gran calidad. me ha sorprendido en ambas visitas la manera en que los tapatíos se han organizado para colaborar y charlar. seguramente, como invitado no he tenido oportunidad de hurgar en las cloacas de envidias y resentimiento que existen en cualquier comunidad. pero los teatreros con los que me ha tocado convivir no se detienen en esas dinámicas y, más bien, hacen gala de sentido de solidaridad (habría que rescatarle esta palabra al vergonzoso pasado oficial) y reflexión. así, teatreros de A la deriva, Inverso Teatro, La Nao de los Sueños, Luna Morena, Olga Gutiérrez y su Encuentro de Escena Contemporánea, así como varios artistas independientes mantienen un diálogo que ahora, con ayuda de la capacidad de conexiones y velocidad de comunicación de la red, se ha vuelto más intenso.


cuenta regresiva frente al reloj bicentenario, plaza principal, julio 2010.

en este marco es que dicha comunidad se ha unido para redactar un escrito a las autoridades correspondientes para revisar el modo de elección de asignación de recursos de la Compañía de Teatro Estatal (aquí una nota periodística y aquí la respuesta de la institución). y no sólo han firmado, sino que se han reunido a leerlo y entregarlo; lo cual ya es un acto muy valioso. y aún más, apoyados en este ímpetu, la coreógrafa/performer olga gutiérrez por una parte y el director manuel parra han escrito unas líneas en las que han podido llevar el análisis por caminos indispensables: el asunto no es coyuntural sino estructural. no se trata de esta convocatoria sino de lo que las artes escénicas de jalisco requieren y qué dinámicas institucionales están obligadas a responder a esta necesidad. las políticas culturales no tienen sentido sin el análisis de lo que está pasando efectivamente en la realidad.

lo que faltaría, en mi lejano mirar, serían justamente estas charlas sobre lo que está pasando y lo que se requiere que suceda. charlas razonadas, concisas y lo menos verticales posibles que eviten el consabido muro de los lamentos y que lleven propuestas razonadas, concretas y plurales que puedan ser consensuadas y llevadas a las instituciones locales. quién sabe.

por lo pronto, allí está el ejemplo de estos artistas escénicos. pararle cara a las instituciones, se puede. dialogar entre pares; ojalá.


fotos de mónica camacho,

sobre acciones realizadas en un taller que ofrecí bajo convocatoria de inverso teatro.

martes, 3 de mayo de 2011

respuesta a luz emilia aguilar zinser



querida luz emilia,

leo con detenimiento tu nota a propósito del estado de violencia en que estamos todos metidos y no puedo más que intentar sumar mi voz a tu llamado. pero, en efecto, no me quiero hacer pasar por un suscribiente o un abajofirmante de tus palabras, sino que quiero –en la medida de mis posibilidades- tomar el guante del llamado a la lucidez que manifiestas. en verdad, mi primer movimiento ante todo esto es intentar pensar; y no puedo detenerme en todos los niveles implicados en el asunto, de manera que tengo que empezar por uno: aquél que tiene que ver con lo que hago todos los días. hago teatro, escribo sobre teatro, soy pedagogo del teatro y pienso acerca de él.

y veo que te preguntas

“qué podemos hacer hoy desde el teatro para enfrentar la grave, extrema emergencia nacional en que nos encontramos. Esta degradación generalizada tiene que ver con la indiferencia ante el dolor de los semejantes, con la esquizofrenia entre lo que dicen y hacen los gobernantes y su incapacidad para asumir en lo elemental sus deberes, tiene que ver con el adormecimiento de la población ante los peligros que la acechan.”

y esto me parece suficiente para comenzar, porque, si como dicen los que saben (foucault entre ellos) el poder no viene de arriba, sino que arriba sólo se administran relaciones de poder que ya están allí; esto quiere decir que parte de las causas del efecto de terror que vivimos tiene que ver con las prácticas que realizamos de manera consetudinaria. así que, a mi modo de ver, el teatro de este país no sólo no ha podido posicionarse estéticamente frente a lo que acontece principalmente porque esa degradación, esa indiferencia, esa esquizofrenia y esa incapacidad operan a sus anchas en el llamado gremio teatral subvencionado.

desde la pedagogía hasta las políticas administrativas, los artistas, los investigadores, los críticos y los pedagogos viven de lleno las costumbres mexicanas de simulación y corporativismo. pero peor aún, hacia estas prácticas parece existir, tal como lo planteas, un silencio cómplice. nadie denuncia nada por ignorancia o por sacar tajada, nadie pide cuentas y a quien lo hace se le malinterpreta en los pasillos, mientras que en lo público se le aplica el equivalente a la pena de muerte nacional: el ninguneo (lo sé bien, he sido censurado dos veces por instituciones públicas). las escuelas operan máximamente sobre viejos esquemas de poder, abiertos al chantaje de los profesores que bajo pretexto de manejar emociones, lo que hacen es crear adeptos sectarios; las instituciones se manejan de acuerdo con criterios de ganancia al uso de las políticas en boga y no de las estéticas posibles; los críticos se ocupan de consagrar y excluir aquello que les reditúa a sí mismos en sus prestigios, más allá de ocuparse por poner en crisis lo que ha pasado frente a sus ojos con herramientas adecuadas a los tiempos que corren. and so go on.

todo esto, es claro, no se da sin un montón de violencia; violencia en la exclusión sin crítica; violencia en el dogmatismo; violencia en no ofrecer las herramientas para plantarse en el presente de manera lúcida; violencia al ofrecer sin reparos, los recursos públicos (materiales e inmateriales) a los poderes hegemónicos.

doy ejemplos: primero, el “teatro comercial de vanguardia”. jorge ortiz de pinedo lo ha dicho mejor: “muchas estrellas no funcionan; mejor pocas, sostenidas por un grupo de artistas del teatro de arte” (sé, de primerísima mano que lo dijo). lo que para él es una revelación comercial, para el teatro subvencionado es una realidad de hace tiempo. ¿no te pareció violento ver a ana de la reguera en el teatro de la universidad, cuando hay decenas de actrices con mayores méritos y menos necesidad de cartel? o el conaculta aliado con tv azteca, ¿tú crees que los que hacen esa televisión tienen en verdad, pretensiones artísticas? y lo aceptan y promueven los funcionarios, por qué, ¿por el rating?, ¿por la contabilidad de espectadores?, ¿por tener una chamba luego en los esquemas comerciales mejor pagados y menos transitados? todas estas posiciones son violentamente ignorantes y cínicas.

el siguiente ejemplo: no obstante que muchas personas intentamos una “lúcida” argumentación en contra de revitalizar por decreto y bajo los actuales términos la compañía nacional, no sólo hubo un tremendo ninguneo; sino que ante las faltas administrativas de nepotismo y favoritismo demostradas después (tal como a diario se demuestran actos de corrupción en los gobiernos locales y federales) las personalidades que entonces demostraron apoyo, ahora sólo demostraron su complicidad callada con la indulgencia gubernamental que, ante las evidencias, para variar, inventó los contextos exculpatorios sin proceder a un juicio.

o para seguir con el tema: qué dicen los cómplices de la compañía al ver a las actrices de ésta en la comida de fin de año del inba, recabando firmas para recortar la duración de una obra de teatro (“sufragio efectivo no dirección”); o de ver a sus actores “exclusivos”, por los cuáles vaciaron compañías en todo el país, volviendo a aparecer en la televisión. ¿no se trataba de dignificar a los actores?, ¿cuarenta mil pesos ya no les alcanza? ¿no es esta esquizofrénica obscenidad violenta?

y qué decir de las cláusulas en las diversas convocatorias a apoyos del gobierno con requisitos redactados por los propios artistas excluyendo –de nuevo por ignorancia o mala fe- a todo lo que no les parece familiar y tratando de hacerse las convocatorias “a modo”, como las que definen teatro como “aquel que se hace a partir de un texto dramático”. bienvenidos al siglo xix.

y qué también de los funcionarios que lo mismo hacen una obra aquí o una allá para uno u otro amo, de manera que una de dos: o devalúan su trabajo como funcionarios o como artistas, pues para los que sabemos lo que cuesta levantar una obra o administrar recursos públicos esta capacidad sobrehumana es, por lo menos, sospechosa. pero, de nuevo, impera el silencio comunal porque como en el caso de la compañía nacional o de telcel, la generación de empleos está por encima de la decencia ciudadana.

y podría seguir con ejemplos de escala cada vez más microscópica en los que, para decirlo fácil, el interés personal se sobrepone de manera descomunal al quehacer artístico. de esta manera, a mi ver, no se puede cumplir con lo mínimo que nos pide el recibir recursos del trabajo de los contribuyentes: pensar la manera de ejercer la política estética (la que, como dice rancière, corresponde al reparto de lo sensible) que responda a los sucesos actuales. estoy de acuerdo, no todo lo que hacen los artistas escénicos debe estar directamente relacionado con la violencia; sin embargo, la pregunta acerca de ¿qué hablar y con qué medios? es nuestra labor obligada y no puede ser llevada a cabo bajo las condicionantes de interés personal político.

¿qué tan lejos está todo esto de incidir sobre el estado actual de las cosas? nada y mucho. nada desde el punto de vista de que el teatro sólo puede darnos un respiro y armas sensibles para poder estar de pie ante la realidad; y mucho porque también puede darnos pistas para salir de este estado. nada porque si no intenta ponerse a la altura es mejor que no exista; mucho porque siendo parte de la vida de un país, las relaciones de poder de los teatreros al ser tan infectas como las de un ciudadano cualquiera (y el siglo veinte se encargó de recordarnos que eso somos) van empujando más violencia hacia otras esferas.

de manera que lo único que se me ocurre es fácil y complejo:

por una parte, decirlo todo, lo que pensamos del trabajo de los otros, lo que pensamos de nuestro trabajo, lo que vemos bien y mal en la administración, en la crítica, en la creación, en la pedagogía. arriesgarnos a salir de los marasmos y boicoteos de la simple opinión, usar la lucidez que tengamos a la mano. ir aprendiendo poco a poco el arte del diálogo que, sintomáticamente, está perdido para el teatro mexicano.

y, por otra parte, propongo dejarnos de pendejadas. spinoza dice que los seres humanos no somos ángeles y que nos movemos por pasiones que por lo general son egoístas, pero que a poco que utilizamos la razón nos damos cuenta de que construir el bienestar general es mejor y más económico que seguir en el estado de naturaleza donde el hombre es lobo del hombre. y dice también (poco más o menos) que esto -que las personas utilicen su razón para mover sus pasiones en el beneficio mutuo- no es muy común; pero que fuera de eso sólo queda la ley de la selva donde nos matamos por pura pasión de matar.

de modo que si hacer teatro es hacernos compañía (la pasión sensible guiada por la razón en beneficio mutuo), hagamos eso: hagamos teatro.

con afecto

rubén ortiz