martes, 3 de mayo de 2011

respuesta a luz emilia aguilar zinser



querida luz emilia,

leo con detenimiento tu nota a propósito del estado de violencia en que estamos todos metidos y no puedo más que intentar sumar mi voz a tu llamado. pero, en efecto, no me quiero hacer pasar por un suscribiente o un abajofirmante de tus palabras, sino que quiero –en la medida de mis posibilidades- tomar el guante del llamado a la lucidez que manifiestas. en verdad, mi primer movimiento ante todo esto es intentar pensar; y no puedo detenerme en todos los niveles implicados en el asunto, de manera que tengo que empezar por uno: aquél que tiene que ver con lo que hago todos los días. hago teatro, escribo sobre teatro, soy pedagogo del teatro y pienso acerca de él.

y veo que te preguntas

“qué podemos hacer hoy desde el teatro para enfrentar la grave, extrema emergencia nacional en que nos encontramos. Esta degradación generalizada tiene que ver con la indiferencia ante el dolor de los semejantes, con la esquizofrenia entre lo que dicen y hacen los gobernantes y su incapacidad para asumir en lo elemental sus deberes, tiene que ver con el adormecimiento de la población ante los peligros que la acechan.”

y esto me parece suficiente para comenzar, porque, si como dicen los que saben (foucault entre ellos) el poder no viene de arriba, sino que arriba sólo se administran relaciones de poder que ya están allí; esto quiere decir que parte de las causas del efecto de terror que vivimos tiene que ver con las prácticas que realizamos de manera consetudinaria. así que, a mi modo de ver, el teatro de este país no sólo no ha podido posicionarse estéticamente frente a lo que acontece principalmente porque esa degradación, esa indiferencia, esa esquizofrenia y esa incapacidad operan a sus anchas en el llamado gremio teatral subvencionado.

desde la pedagogía hasta las políticas administrativas, los artistas, los investigadores, los críticos y los pedagogos viven de lleno las costumbres mexicanas de simulación y corporativismo. pero peor aún, hacia estas prácticas parece existir, tal como lo planteas, un silencio cómplice. nadie denuncia nada por ignorancia o por sacar tajada, nadie pide cuentas y a quien lo hace se le malinterpreta en los pasillos, mientras que en lo público se le aplica el equivalente a la pena de muerte nacional: el ninguneo (lo sé bien, he sido censurado dos veces por instituciones públicas). las escuelas operan máximamente sobre viejos esquemas de poder, abiertos al chantaje de los profesores que bajo pretexto de manejar emociones, lo que hacen es crear adeptos sectarios; las instituciones se manejan de acuerdo con criterios de ganancia al uso de las políticas en boga y no de las estéticas posibles; los críticos se ocupan de consagrar y excluir aquello que les reditúa a sí mismos en sus prestigios, más allá de ocuparse por poner en crisis lo que ha pasado frente a sus ojos con herramientas adecuadas a los tiempos que corren. and so go on.

todo esto, es claro, no se da sin un montón de violencia; violencia en la exclusión sin crítica; violencia en el dogmatismo; violencia en no ofrecer las herramientas para plantarse en el presente de manera lúcida; violencia al ofrecer sin reparos, los recursos públicos (materiales e inmateriales) a los poderes hegemónicos.

doy ejemplos: primero, el “teatro comercial de vanguardia”. jorge ortiz de pinedo lo ha dicho mejor: “muchas estrellas no funcionan; mejor pocas, sostenidas por un grupo de artistas del teatro de arte” (sé, de primerísima mano que lo dijo). lo que para él es una revelación comercial, para el teatro subvencionado es una realidad de hace tiempo. ¿no te pareció violento ver a ana de la reguera en el teatro de la universidad, cuando hay decenas de actrices con mayores méritos y menos necesidad de cartel? o el conaculta aliado con tv azteca, ¿tú crees que los que hacen esa televisión tienen en verdad, pretensiones artísticas? y lo aceptan y promueven los funcionarios, por qué, ¿por el rating?, ¿por la contabilidad de espectadores?, ¿por tener una chamba luego en los esquemas comerciales mejor pagados y menos transitados? todas estas posiciones son violentamente ignorantes y cínicas.

el siguiente ejemplo: no obstante que muchas personas intentamos una “lúcida” argumentación en contra de revitalizar por decreto y bajo los actuales términos la compañía nacional, no sólo hubo un tremendo ninguneo; sino que ante las faltas administrativas de nepotismo y favoritismo demostradas después (tal como a diario se demuestran actos de corrupción en los gobiernos locales y federales) las personalidades que entonces demostraron apoyo, ahora sólo demostraron su complicidad callada con la indulgencia gubernamental que, ante las evidencias, para variar, inventó los contextos exculpatorios sin proceder a un juicio.

o para seguir con el tema: qué dicen los cómplices de la compañía al ver a las actrices de ésta en la comida de fin de año del inba, recabando firmas para recortar la duración de una obra de teatro (“sufragio efectivo no dirección”); o de ver a sus actores “exclusivos”, por los cuáles vaciaron compañías en todo el país, volviendo a aparecer en la televisión. ¿no se trataba de dignificar a los actores?, ¿cuarenta mil pesos ya no les alcanza? ¿no es esta esquizofrénica obscenidad violenta?

y qué decir de las cláusulas en las diversas convocatorias a apoyos del gobierno con requisitos redactados por los propios artistas excluyendo –de nuevo por ignorancia o mala fe- a todo lo que no les parece familiar y tratando de hacerse las convocatorias “a modo”, como las que definen teatro como “aquel que se hace a partir de un texto dramático”. bienvenidos al siglo xix.

y qué también de los funcionarios que lo mismo hacen una obra aquí o una allá para uno u otro amo, de manera que una de dos: o devalúan su trabajo como funcionarios o como artistas, pues para los que sabemos lo que cuesta levantar una obra o administrar recursos públicos esta capacidad sobrehumana es, por lo menos, sospechosa. pero, de nuevo, impera el silencio comunal porque como en el caso de la compañía nacional o de telcel, la generación de empleos está por encima de la decencia ciudadana.

y podría seguir con ejemplos de escala cada vez más microscópica en los que, para decirlo fácil, el interés personal se sobrepone de manera descomunal al quehacer artístico. de esta manera, a mi ver, no se puede cumplir con lo mínimo que nos pide el recibir recursos del trabajo de los contribuyentes: pensar la manera de ejercer la política estética (la que, como dice rancière, corresponde al reparto de lo sensible) que responda a los sucesos actuales. estoy de acuerdo, no todo lo que hacen los artistas escénicos debe estar directamente relacionado con la violencia; sin embargo, la pregunta acerca de ¿qué hablar y con qué medios? es nuestra labor obligada y no puede ser llevada a cabo bajo las condicionantes de interés personal político.

¿qué tan lejos está todo esto de incidir sobre el estado actual de las cosas? nada y mucho. nada desde el punto de vista de que el teatro sólo puede darnos un respiro y armas sensibles para poder estar de pie ante la realidad; y mucho porque también puede darnos pistas para salir de este estado. nada porque si no intenta ponerse a la altura es mejor que no exista; mucho porque siendo parte de la vida de un país, las relaciones de poder de los teatreros al ser tan infectas como las de un ciudadano cualquiera (y el siglo veinte se encargó de recordarnos que eso somos) van empujando más violencia hacia otras esferas.

de manera que lo único que se me ocurre es fácil y complejo:

por una parte, decirlo todo, lo que pensamos del trabajo de los otros, lo que pensamos de nuestro trabajo, lo que vemos bien y mal en la administración, en la crítica, en la creación, en la pedagogía. arriesgarnos a salir de los marasmos y boicoteos de la simple opinión, usar la lucidez que tengamos a la mano. ir aprendiendo poco a poco el arte del diálogo que, sintomáticamente, está perdido para el teatro mexicano.

y, por otra parte, propongo dejarnos de pendejadas. spinoza dice que los seres humanos no somos ángeles y que nos movemos por pasiones que por lo general son egoístas, pero que a poco que utilizamos la razón nos damos cuenta de que construir el bienestar general es mejor y más económico que seguir en el estado de naturaleza donde el hombre es lobo del hombre. y dice también (poco más o menos) que esto -que las personas utilicen su razón para mover sus pasiones en el beneficio mutuo- no es muy común; pero que fuera de eso sólo queda la ley de la selva donde nos matamos por pura pasión de matar.

de modo que si hacer teatro es hacernos compañía (la pasión sensible guiada por la razón en beneficio mutuo), hagamos eso: hagamos teatro.

con afecto

rubén ortiz

1 comentario:

  1. Hagamos teatro para estar juntos, para no tener miedo, para reírnos y conversar todo, todo lo que podamos antes de morir.

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